Dalí.
Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
27 de abril – 2 de septiembre de 2013
Un grupo de comisarios del Centre-Pompidou
encabezados por Jean-Hubert Martin con la colaboración de Montsé Aguer de la Fundación Gala-Dalí
de Figueres están detrás de la que ha sido la exposición del año en Madrid.
Estas muestras blockbuster son una aspiración, confesada o no, de todos los
centros expositivos. Esperar cinco minutos y merodear en una danza mitad
moscardón estival, mitad marcaje de baloncesto hasta conseguir ver cada cuadro
no es la condición ideal para la contemplación. Pero ha sido la única hasta las
11 de la noche del lunes 2 de septiembre en que se echó el cierre a esta panoplia
de Dalí. El subtítulo, tomado de su famoso texto de San Sebastián (1927),
escrito en la época de descubrimientos y deslumbramientos creativos con
Federico García Lorca, describe bien la intención y los logros de esta exposición.
No pretendía profundizar en ninguna de las numerosas etapas quemadas en su
trayectoria artística pero recogía muestras de cada una a modo de menú de
degustación. Ha conseguido superar así el binomio único Dalí-surrealista, no
sólo a través de las afirmaciones del propio Dalí refiriéndose al surrealismo
como al caldo nutricio de partida que luego abandonó, sino por el
testimonio que supone su propia obra
posterior. Esta exposición pretendía rescatar a Dalí de las condenas “avida
dóllars” de Breton o el pintor “pompier” al decir de Ernesto Sábato entre
otros. Y presentarlo a nuevas generaciones en lo que tenía de investigador, de
rastreador de innovaciones estéticas y en el alcance que supo procurar a sus
creaciones. La etapa de la
Residencia, de los “putrefactos” y el germen del surrealismo
ibérico debe profundizarse luego en las aportaciones inestimables de Rafael
Santos Torroella o la etapa americana en la exposición para el propio MNCARS titulada
Dalí, cultura de masas, comisariada por Félix Fanés en 2004.
Esta exposición es estimable como punto de partida
global del artista, imbricando bien no tanto sus escenografías como sus
colaboraciones con el cine con Buñuel, Hichcock o Walt Disney, la publicidad y
la ilustración editorial. Fueron muy apreciadas las salas dedicadas a su etapa mística
y nuclear y sus inquietudes por la ciencia de la estereoscopia y la holografía
que produjeron artefactos que han hecho a los visitantes repetir dentro del
museo las colas generadas fuera antes de su ingreso.
Pero sobre todo queda muy reivindicado el Dalí de
los años treinta. Y no sólo por esa escultura pintada a lo Magritte que es el Retrato de Joella (1933) del propio
MNCARS. O ese espléndido Busto
retrospectivo de mujer (1933) del Museo Botero donde se incluye una
gargantilla de fotograma, un tatuaje en el pómulo de hormigas negras testimonio
de su fascinación por los libros de entomología de Fabre, el tocado con el pan
resultante del trabajo de los dos campesinos de El Ángelus de Millet equilibrado con las mazorcas de maíz. El
rescate fundamental de los años treinta son sus pinturas en tonos terrosos, sus
osificaciones y petrificaciones de elementos naturales que le relacionan con el
surrealismo ibérico propugnado por la Escuela de Vallecas y afines. Se pudieron ver
algunas piezas del Dali Museum of St Petersburgh (Florida) que justificaban por
sí solas acudir a esta exposición. Y en último término la abundante producción
dedicada por él a expresar su dolor y rechazo por la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
Dalí ha quedado vindicado así como un maestro de su
oficio que a pesar de su faceta de showman contenía en sí mismo toda suerte de
profundidades culturales y estéticas. Si acaso cabe lamentar que además de París y Madrid otros enclaves hayan podido beneficiarse de esta panorámica daliniana, que no se haya procurado una itinerancia más dilatada.
Amelia Meléndez.
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