domingo, 26 de febrero de 2012

Los Negros iluminados de Redon. 11 febrero a 29 abril 2012























La última sede de la Fundación Mapfre en el número 23 del Paseo de Recoletos acoge la exposición del pintor decimonónico francés equivalente al romanticismo visionario inglés de un William Blake, del nacido suizo Henri Füssli, del alemán Max Klinger o el danés Asmus Jacob Carstens.  Odilon Redon (1840-1916) cultivó con persistencia su originalidad esencial, su visión interior. Cambió su nombre de pila, Bertrand, por una versión masculina del nombre de su madre Odile en rima consonante con su apellido. Bordelés de nacimiento, criado en la Gironde, influído por el darwinismo, las imágenes de microscopio y una visión panteísta de la naturaleza que recibe de su amistad con el botánico Arman Clavaud, sólo necesitaba encontrar la literatura de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Gustave Flaubert y la inspiración del Goya de la última época para destapar su frasco de las esencias.  A su fascinación por Goya añadió sus incursiones paisajísticas por los Pirineos, la amistad con el escenógrafo Ricardo Viñes y la aceptación posterior a 1916 de su obra entre los artistas españoles. Tras adquirir unos rudimentos iniciales de arte con Stanislas Gorin se formó en el aguafuerte con Rodolphe Bresdin y fue su primer álbum de litografías “En el sueño” el que le comienza a granjear notoriedad. Redon partió de lo que él denominó sus Negros, obras en carboncillo o grabado, imágenes oscuras en las que es frecuente la repetición del globo ocular (en ocasiones representado literalmente como globo aerostático), seres alados, cabezas cortadas, soles negros y muchos personajes fantásticos.  Los primeros autorretratos muestran a un pintor que se concibe en dos mitades, entre la sombra y la luz. La obra de Odilon Redon ilustra a la perfección el mito de la caverna platónica, de esa ascensión de la oscuridad hacia la luz y con ella hacia el color que va ganando terreno desde la década de 1890 para adueñarse de toda su producción en el siglo XX. Cambia el carboncillo por el pastel y acusa muchos japonesismos: perfiles truncados y formatos verticales que derivan de los kakemonos (pintura  o caligrafía en papel o seda que cuelga verticalmente de la pared) pero también colores inverosímiles en la pintura europea que conforman una paleta nacarada de gran efecto. En línea con ese cambio de estilo la reproducción del emplazamiento de los paneles del comedor del castillo del barón Robert de Domecy  en primera planta de la exposición es uno de los momentos más logrados de ésta. El gabinete con bodegones florales sería otro de esos puntos álgidos dentro de una presentación con una planta baja que opta por unos discutibles muros rojo Burdeos. Odilon Redon fue contemporáneo de sus detractores los impresionistas, amigo de Mallarmé, Huysmans y  Hennequin, influyó en simbolistas y Nabis y figura en la genealogía particular que se procuraron los surrealistas franceses organizados a partir de 1924, ocho años después de su muerte. Constituye una profundización acertada en el terreno que ya había abordado la fundación en la muestra Los pintores del alma. Simbolismo idealista en Francia celebrada en el año 2000. Viendo esa espectacular evolución uno tiene la impresión de que Redon ya creaba en color cuando sólo cultivaba el “insobornable” negro, ya componía entonces teniendo en cuenta la luminosidad de los distintos tonos llevado al blanco y negro como los fotógrafos del cine clásico antes de la llegada del technicolor. Sólo así se explicaría ese dominio de combinaciones y vibraciones alcanzado después. Figura solitaria, imprescindible y densa que alumbró con sus cabezas flotantes sobre pantanos como fuegos fatuos regiones por las que no se sabe si ha vuelto a transitar nadie después de él.

Amelia Meléndez

jueves, 16 de febrero de 2012

11.02.2012. Jesús Rubio Gamo Anuncia



                                                       En la Sala Cuarta Pared (una de sus cunas escénicas) y dentro de Escena Contemporánea 2012.
El ángel Gabriel visitó a María, le anunció la colonización de su cuerpo por el verbo de Cristo, le predijo próxima maternidad…. aunque para Jesús Rubio Gamo hizo mayor papel que el de simple mensajero: extrajo con éxtasis berniniano su cetro esplendoroso con la obertura de la sinfonía del Cascanueces de fondo y un cuerpo de baile integrado por lo más granado del ballet nacional rodeándole. Por cuestiones de presupuesto (la imaginación es libre, la economía española no) la obra la levantaron dos excelentes bailarines, Alba Lorca y Carlos Martín, y el resto de bailarinas con sus tutús clásicos y pasos de Noverre se dejó a cargo de la capacidad evocadora de los asistentes. Gabriel, al parecer, se quedó a vivir con María y comenzaron juntos rutina de pareja hecha de movimientos mínimos, casi imperceptibles, acompasaron sus gráciles cuerpos a ella cuál soldaditos de Cristo.
La obra es una oda a la exploración de los territorios inauditos de la movilidad del cuerpo, donde el vientre o la fuerza del cuello cuentan tanto como los brazos o los tobillos. Donde se ensaya la velocidad de los tejidos sometidos a movilidad contra natura.
Pas a deux que intentan la simetría de espejo, un narrador omnipresente (el propio Jesús Rubio Gamo) que desde su banqueta con bombilla en un lateral nos informa de las pretensiones burguesas de segunda residencia de esa pareja que se amaba locamente. Picnic campestres acompañados por emisiones de radio en las que se ha escogido fragmentos de nueva gastronomía, de emigración. Desnudan sus cuerpos, los retocan al temple, al pan de oro (sustituido, precariedad obliga, por el de aluminio). Bailan su amor hasta desfallecer, prueban en su cuerpo la asfixia de saber su elegancia de movimiento encerrada en cajas, ríen aún a pesar de la falta de aire.
Y aún queda la prueba de la participación del público en forma de merengue que nadie logra a falta de sal (receta incompleta) por más que bata la clara de huevo. Toda esa clara derramada (la simbología es clara) sobre el cuerpo yacente, sumiso y exangüe de la entregada bailarina que ha llevado la mayor parte del peso de la obra sobre sus hombros (literal).
Es una obra nacida de Masuno en escena, exigente para los bailarines, cuerpos preferiblemente muy jóvenes. Posee un texto dramático fresco que nos habla de toda la cultura que acumulamos, de todos las limitaciones de movimiento a que nos obligamos, de toda la gracia de la juventud que perdemos mientras nos amamos, de la piedad y belleza de amarse, no obstante, de la belleza imperfecta de la compañía.
María, la protagonista, estaba feliz en su hermosa vida y no pedía nada, probablemente ni la venida del miles Christi, ni la piedad, ni el amor. Aun así, completa su viaje eternamente anunciado. Porque siempre es necesario otro en el que apoyarse como apunta la canción que se repite una y otra vez “Hang on to each other” de A Silver Mount Zion. Y María hace de la necesidad virtud, como todos. 

Amelia Meléndez

http://escenacontemporanea.com/2012/espectaculo/jesus-rubio-gamo.php