JAPONISMO. La fascinación por el arte japonés.
Caixafórum Madrid (17.10.13 – 16.02.14)
La exposición Japonismo comisariada por Ricard Bru i
Turull para La Caixa explica la influencia en el arte occidental de los
productos japoneses llegados tras la apertura de los puertos nipones a
Occidente en 1860. El inicio del discurso expositivo deja constancia de los
contactos poco conocidos entre el Japón del periodo Namban (1543-1639) y España
y las embajadas japonesas recibidas por Felipe II y Felipe III a modo de
antecedentes de la eclosión de la apreciación de las artes japonesas en el
siglo XIX. Luego se muestra la influencia de Japón en el arte europeo sean
xilografías de Félix Hilaire Buhot, pinturas de James Tissot, Alfred Stevens,
Manet, William Merrit Chase; jarrones modernistas de Adolf Beckert, Émille
Gallé (exquisito Jarrón de hojas de roble,
c. 1895) y otras piezas sacadas de la Galería
Elstir en París o famosas litografías de Henri de
Toulouse-Lautrec como Divan Japonais
(1892) venidas del Victoria & Albert londinense. El hilo de la muestra
llega entonces a su parte central dedicada a todos aquellos artistas españoles
influenciados por lo japonés e incluso coleccionistas (así Fortuny, Sorolla,
Anglada Camarassa, Rusiñol, Ismael Smith) de su arte. Mariano de Fortuny tomaba
de los volúmenes Manga de Katshushi Hokusai, como el conservado en el Museo
Fréderic Marès, inspiración y motivos para su Abanico, escena galante (1870). La representación española va desde
las delicadas vistas parisinas de Martín Rico, no hace mucho reivindicado por
una exposición monográfica en el Museo del Prado, a la pintura algo pompier de José Villegas o los
enternecedores retratos de Aline Masson con atrezzo japonés realizados por
Raimundo de Madrazo, diletante parisino de la famosa familia de retratistas.
Aquí cobran protagonismo las estampas japonesas de Utagawa Hiroshige, Utagawa
Tokoyumi, Toyohara Kunichika y la sorprendente estampa de la serie de Cien historias de fantasmas (1831) de
Katsushika Hokusai que parece simbolista antes del simbolismo. Al llegar a este
punto la muestra incide en la influencia de Japón en el Aesthetic Movement inglés, por nosotros llamado Esteticismo, a su
vez precedente de otro estilo con influencia nipona, el Modernismo. La World´Fair de 1880 en Nueva Orleáns y la Exposición
Internacional española de Barcelona de 1888 para la que se
envió el magnífico mueble shodana obra de Kiriu Kōshō Kaisha como atención del
Imperio japonés para la regente María Cristina de cuyo hijo de corta edad, el
futuro Alfonso XIII, se expone la fotografía que se le hizo con atuendo
japonés. Esto recuerda cómo las exposiciones universales sirvieron a occidente
para abrirse a oriente y contribuyeron al mutuo conocimiento o al menos
facilitaron el intercambio comercial. El apartado de la muestra que conjuga
Japonismo y Modernismo permite hacer significativos descubrimientos en autores
españoles a los que se creía ya bien conocidos como el maravilloso óleo El abismo (1901-4) de Joaquín Mir que en
su formato vertical, tan simbolista, se entiende mucho mejor después de su
puesta en contexto de influencia japonesa. Entre las obras menos vistas está
Sadayakko (1901) de Picasso perteneciente a la colección de Pieter y Olga
Dreesmann de Bruselas o un biombo atribuido a Dalí fechado entre 1918 y 1923
que presenta ya el planismo que va a
aparecer en sus verbenas de vanguardia. O el Retrato
de Enric Cristòfol de 1917 que representa muy bien esa etapa
posimpresionista de Miró bien representada en museos norteamericanos. Pero
antes de abandonar el centro de arte aún reserva esta muestra un último
apartado dedicado a escenografía y cine donde es posible ver tres cortometrajes
debidos a Segundo de Chomón que contienen entre otras sugerencias el baile de
la mariposa debido a Loïe Fuller como colofón de Les papillons japonais (1908). Una manera brillante de terminar una
exposición en la que el esfuerzo del investigador está bien comunicado al
público general para permitirle disfrutar y valorar el arte en su contexto
histórico.
Amelia Meléndez