lunes, 17 de octubre de 2011

La sombra de tu perro. 16.10.2011.



 El teatro tuvo desde su codificación en Grecia una función taumatúrgica de catarsis para las almas de los ciudadanos de la polis que asistían a sus funciones. Esta obra puede ser tomada como tal, espejo de almas torturadas, cave canem de amantes felices.
La sombra de tu perro, representada el 15 y 16 de octubre de 2011 en el escenario central de La Casa Encendida de Madrid, no ocultaba desde su publicidad su intención de hablar del amor enfermedad, el amor dependencia, el amor necesidad. Pretendía explorar el dolor que ese amor procura y ponerlo en paralelo con la relación de dependencia que se crea entre creador e intérprete y entre éste y el espectador.
La obra, desde el principio, se construye en el sobreesfuerzo y el dolor, los actores corren en una elipse sin fin, sin perseguirse, sin detenerse. Todos atraviesan el ritual de ahogarse en la perola de cobre que en las casas rurales antiguas simbolizaba el “hogar”, todos se emparejan para suplicar al otro un dolor aplicado en unos puntos concretos del cuerpo con tanto celo que al segundo día de función una de las actrices-bailarinas porta los hematomas que hablan de un dolor tan genuino como consentido.
La mayor parte de la obra se toma el mensaje muy en serio y está estructurada en pequeños gestos que demandan una atención intensa para aprehenderla por completo.
Está codirigida por uno de los actores, David Picazo y la artista plástica Marta Azparren. El director deja generosamente la frase clave en boca de Jesús Barranco: “lo que me estoy haciendo no es nada, comparado con lo que me haces tú”. Los comportamientos de auto-lesión en los que incurre la persona inmersa en el amor dependiente son sólo el eco de la violencia ejercida por el otro, el ser amado que detenta el poder de la relación por ser el que ama menos pero consiente, cruél, la sumisión de su pareja. También Jesús Barranco hace creíble la intervención de la conocida canción de José Luis Perales ¿Y cómo es él? en un dúo con Ismeni Espejel en que interpretan los posados fotográficos, las actuaciones de cara a la galería con las que esa pareja que no puede ser feliz intenta parecerlo ante el mundo. Los pocos y torpes momentos de humor de esa realidad.
David Picazo está también detrás de la certera iluminación del espacio escénico en el que no es difícil imaginar la mano de la codirectora Marta Azparren que también es coautora de los textos. A ella se debe sin duda el buey desollado en barro sobre malla metálica que pende de un extremo y todos los protagonistas abrazan en su circular. Buey de Soutine rescatado por Bacon para quien, como rezaba el título de su biopic, “El amor es el demonio”. Todos se manchan de barro, la suciedad del amor desesperado. En el otro extremo de la diagonal ( “El deseo es diagonal”) una plancha de cobre que pende alta como un espejo registra una figura humana pintada con barro que señala a lo alto a su perro sumisamente sentado sobre sus cuartos traseros. El Buey significaría esa indagación en el dolor e inmolación del amante adicto y la plancha de cobre en el que el perro atiende la voz de su amo esa domesticación servil del que acepta la traición y la degradación como precio para evitar la pérdida del ser amado. Esos son los dos ejes de la obra: dolor y humillación.
Hay varias pausas con proyecciones, también debidas a Azparren, de los protagonistas en inmersiones al borde de la asfixia en una piscina. Escultura, pintura y videoarte al servicio de la escenografía.
La música y los sonidos son muy ajustados. Se juega con los gemidos de ahogo ante un micrófono casi introducido por completo en la boca, se usa la boca de la pareja sumisa como si fuera un micrófono o caja de resonancia hueca.
Las ropas grises desteñidas y desgarradas del soberbio vestuario diseñado por Cecilia Molano acompañan bien a las bailarinas, especialmente a Mar López que con sus rasgos de modelo de Francesco Clemente sirve a la perfección de vehículo de trasmisión del mensaje. Venga este mensaje a través de la letra de Ne me quittes pas de Jacques Brel de la que se convierte en cariátide portadora o de las pietà sucesivas que ejecuta con Jesús Barranco y David Picazo. Son las más llamativas de las cuatro que se interpretan y que hablan de ese excesivo apoyarse en el otro que sólo puede concluir con el hastío de ambos.
Todos sabemos que cuando las relaciones se quedan sin aire, entran en dinámicas de dependencia y humillación y se ven amenazadas en su devenir cotidiano por el miedo de ruptura la disolución es más que deseable. También sabemos, no obstante, que en el amor como en la vida a veces el bien y el mal caminan de la mano y que como cantaba Brassens con palabras de Aragon Il n´y as pas d´amour heureux. Conscientes de que L´île inconnue con la orilla fiel donde el amor es eterno, como advertía Berlioz, es para el país del amor eso, una gran desconocida. Aleccionados por los bardos del país que más ha filosofado sobre el amor sólo queda, pues, tomar la advertencia en cuenta y evitar las regiones oscuras en las que indaga esta obra. Si acaso, encomendarse al amor como construcción de verdad recomendado por otro francés, Alain Badiou.

Por Amelia Meléndez.

Minutos de ensayo:
Espléndidos figurines:
¿Y cómo es el? José Luis Perales. LP Entre el agua y el fuego.
Ne me quittes pas de Jacques Brel
Georges Brassens, poema de Aragon Il n´y as pas d´amour heureux: