martes, 5 de febrero de 2013

It´s going to get worse...So Jump!






LISBETH GRUWEZ/ VOETVOLK VZW

It´s going to get worse and worse and worse, my friend

La Casa Encendida. Madrid, 4 de febrero de 2013.



Lisbeth Gruwez y la compañía de Amberes Voetvolk VZW que fundó en 2007 tras trabajar Vandekeybus, Jan Fabre o Sidi Larbi presentaron  ayer en uno de los primeros días del festival de Escena Contemporánea 2013 (de milagrosa supervivencia) una pieza estrenada un año antes en Bruselas. Han girado extensamente con ella por Europa y podemos verla aún hoy 5 de febrero y mañana 6 en el Patio de La Casa Encendida de Madrid antes de que la repitan en la Usine-C de Montréal o ante los neoyorkinos en el EMPAC.



El concepto, debido como la coreografía e interpretación a Lisbeth Gruwez, partió de una figura real, el telepredicador americano ultraconservador Jimmy Swaggart que a su vez hizo recordar a otros grandes manipuladores y dictadores (Hitler o Mussolini). Toma sus figuras, su lenguaje no verbal para hablar metonímicamente del poder de su palabra para subyugar a otros. El tema central es el discurso como arma de dominio.



El espectáculo es ella.  Y eso que ha afirmado que: "Bailar siguiendo un método ya no basta como ingrediente único de una creación relevante. La danza contemporánea no puede separarse de la performance. Creemos que para conseguir decir lo que necesita ser dicho, uno debe incluir todos los aspectos de lo físico en la ecuación."

Tampoco es que suprima toda colaboración. Aparece con un tupé parecido a los que generaban los recogidos capilares femeninos de los años cuarenta (obra de Veronique Branquinho), una camisa blanca italiana abrochada hasta el último botón y entallada, un pantalón gris de lana con presilla, zapatos de charol y unos ejecutivos que superpuestos en el segundo momento de la función ayudan a simular unas botas militares. Bart Meuleman que figura como consejero artístico tal vez haya tomado la decisión de ese vestuario, tal vez la de disponer un paralelogramo gris a modo de catwalk en un escenario de cortinajes negros sobrio hasta la parquedad. El diseño de luces de Harry Cole y su asistente Caroline Mathieu completan todo lo que podemos englobar en escenografía.

Todo ese dispositivo está fijo. Donde tiene lugar la sincronía, como si de un pas de deux se tratara es con el material sonoro elaborado por el compositor Maarten Van Cauwenberghe a partir del ruido mental que generan los discursos totalitarios, de la brusquedad de su entonación que se corresponde con sus gestos también bruscos.

El espectáculo tiene tres partes. Lisbeth comienza asomándose por ese pasillo gris a contemplar a todos y cada uno de sus invitados. Hace múltiples gestos con los brazos, palma hacia abajo, allanando el terreno, avisando de que va a hacer tabula rasa de lo que lo hayamos traído al lugar. Eso da tiempo a que el espíritu del público se aquiete, se amanse, se centre. Se elabora en crescendo un catálogo de gestos mínimos pero muy precisos que recuerdan al Chaplin de El gran dictador, a un torero, o a uno de esos guardias de tráfico que dirigen de forma simpática la circulación.

En un segundo momento señalado por la subida de medias de ejecutivo que cubre la parte baja del pantalón y por la subida de la faja lumbar color carne a modo de corsé se nos avisa que se acabó el tiempo de las bromas. Los mismos gestos ensayados amorosamente antes son repetidos a mayor velocidad, con un nivel de exigencia que dudo que otras bailarinas que no fueran la propia Lisbeth pudieran ejecutar con igual resistencia y solvencia. La tensión que había impreso a sus músculos aquellos movimientos cortados se convierte en violencia respecto a sus miembros. Porque lo que se demanda es un esfuerzo de tropa o de deportista olímpico. Lo que eran al principio solo letras o sílabas se convierten en frases que instan a los avances, al progreso y que luego reformulan la frase “We are not making any advance at all” hasta llegar al punto crítico con la frase que da título a la obra. La artista es víctima de bloqueos, de convulsiones epilépticas, de repeticiones de gestos compulsivas como frotar las palmas contra el pantalón, hombros encorvados, hasta provocar su dolor y el del que la contempla. Todo su ser está luchando contra la presión que supone ese discurso agresor que emplea, entre otras, las estrategias manipulativas del problema-reacción-solución, de la gradualidad, del refuerzo de su autoculpabilidad y el conocer a esas personas mejor de lo que ellas mismas se conocen.

Pero por fortuna para el público español de esa obra que bien podría decirle a Lisbeth aquello de “¿me lo dices o me lo cuentas?” sobre cuáles son nuestras vivencias y perspectivas de la crisis actual hay un tercer y último momento en la función.

En un momento álgido de esas convulsiones la protagonista, a la que no ha abandonado el gesto en ojos y cejas de alguien que soporta en sí el sufrimiento de toda la humanidad, encuentra en esa flaqueza de títere la fuerza para romper los hilos. En vez de ser elevado por el gran marionetista consigue romper esa dinámica perversa y comienza a saltar por propio impulso.

Cuanto más salta más relaja sus músculos y gradualmente la felicidad aparece por fin en ese semblante sufrido. Una progresión armónica de violines en volumen muy alto acompaña ese redescubrimiento de sí y de sus capacidades. Es la música interior que poseemos cada uno que se ha abierto camino a través de toda esa opresión verbal. Esa violencia verbal que se justifica por el miedo, por el anuncio perpetuo de peligros que si son tales también es posible enfrentarse a ellos sin claudicar, sin sacrificar la libertad individual de cada uno de nosotros.

En definitiva, la pieza de casi cincuenta minutos nos deja una batería de preguntas: ¿cuándo tiene usted pensado comenzar a saltar? ¿atreverse a más? ¿sacudirse la crisis de telediario y la de su propia economía y dejarla atrás en un movimiento hacia la felicidad?





Amelia Meléndez



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http://vimeo.com/46084375