El ángel Gabriel visitó a María, le anunció la colonización de su cuerpo por el verbo de Cristo, le predijo próxima maternidad…. aunque para Jesús Rubio Gamo hizo mayor papel que el de simple mensajero: extrajo con éxtasis berniniano su cetro esplendoroso con la obertura de la sinfonía del Cascanueces de fondo y un cuerpo de baile integrado por lo más granado del ballet nacional rodeándole. Por cuestiones de presupuesto (la imaginación es libre, la economía española no) la obra la levantaron dos excelentes bailarines, Alba Lorca y Carlos Martín, y el resto de bailarinas con sus tutús clásicos y pasos de Noverre se dejó a cargo de la capacidad evocadora de los asistentes. Gabriel, al parecer, se quedó a vivir con María y comenzaron juntos rutina de pareja hecha de movimientos mínimos, casi imperceptibles, acompasaron sus gráciles cuerpos a ella cuál soldaditos de Cristo.
La obra es una oda a la exploración de los territorios inauditos de la movilidad del cuerpo, donde el vientre o la fuerza del cuello cuentan tanto como los brazos o los tobillos. Donde se ensaya la velocidad de los tejidos sometidos a movilidad contra natura.
Pas a deux que intentan la simetría de espejo, un narrador omnipresente (el propio Jesús Rubio Gamo) que desde su banqueta con bombilla en un lateral nos informa de las pretensiones burguesas de segunda residencia de esa pareja que se amaba locamente. Picnic campestres acompañados por emisiones de radio en las que se ha escogido fragmentos de nueva gastronomía, de emigración. Desnudan sus cuerpos, los retocan al temple, al pan de oro (sustituido, precariedad obliga, por el de aluminio). Bailan su amor hasta desfallecer, prueban en su cuerpo la asfixia de saber su elegancia de movimiento encerrada en cajas, ríen aún a pesar de la falta de aire.
Y aún queda la prueba de la participación del público en forma de merengue que nadie logra a falta de sal (receta incompleta) por más que bata la clara de huevo. Toda esa clara derramada (la simbología es clara) sobre el cuerpo yacente, sumiso y exangüe de la entregada bailarina que ha llevado la mayor parte del peso de la obra sobre sus hombros (literal).
Es una obra nacida de Masuno en escena, exigente para los bailarines, cuerpos preferiblemente muy jóvenes. Posee un texto dramático fresco que nos habla de toda la cultura que acumulamos, de todos las limitaciones de movimiento a que nos obligamos, de toda la gracia de la juventud que perdemos mientras nos amamos, de la piedad y belleza de amarse, no obstante, de la belleza imperfecta de la compañía.
María, la protagonista, estaba feliz en su hermosa vida y no pedía nada, probablemente ni la venida del miles Christi, ni la piedad, ni el amor. Aun así, completa su viaje eternamente anunciado. Porque siempre es necesario otro en el que apoyarse como apunta la canción que se repite una y otra vez “Hang on to each other” de A Silver Mount Zion. Y María hace de la necesidad virtud, como todos.
Amelia Meléndez
Amelia Meléndez
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