viernes, 15 de abril de 2011

Heroínas

El Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid aúnan esfuerzos de nuevo en una oferta conjunta en sus salas del Paseo del Prado y la Plaza San Martín para esta primavera (permanecerá abierta del 5 de marzo hasta el 8 de junio) muy del gusto de su público habitual. Se trata de Heroínas, una muestra sobre las representaciones femeninas de los siglos XIX y XX comisariada por el director artístico del Thyssen, Guillermo Solana que aunque encabeza los créditos ha tenido a bien reconocer la aportación - sin duda fundamental - de Rocío de la Villa. Esta profesora de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid aporta al catálogo un texto que es sin duda lo más sustancioso en cuanto a investigación sobre el tema y dirige el curso monográfico homónimo que el Museo Thyssen-Bornemisza en colaboración con las universidades madrileñas Autónoma y Complutense ha ofertado de forma paralela y que se celebrará entre el 9 de marzo y el 4 de mayo.
Volviendo a la muestra, ésta se estructura en diez bloques titulados respectivamente Solas, Cariátides, Ménades, Atletas, Acorazadas y Amazonas en el Thyssen y Magas, Mártires, Místicas, Lectoras y Pintoras en la Sala de las Alhajas.
A pesar de lo que estos títulos pudieran sugerir, la división no traiciona el espíritu más conservador del museo y más abierto de la sala de exposiciones de tal manera que casi pudiera hablarse de dos muestras que se trenzan bajo un mismo nombre.
La muestra del Thyssen responde a ese criterio “ilustrador”que se suele atribuir a los conservadores provenientes de la historia del arte (prejuicio que tal vez habría que revisar). Aunque el esfuerzo de reunión de obras es impresionante por la diversidad de origen de los prestadores, y la heterogeneidad de procedencia (del museo histórico decimonónico a la galería de tendencia) asistimos de nuevo a una colección de estampas muy al gusto de los tiempos antiguos: la mujer vista por el hombre (por más que sea a la altura de un pedestal o altar de diosa). Así, en números totales, podemos oponer ochenta autores masculinos frente a treinta y seis artistas mujeres, aunque luego en la representación numérica de obra ejecutada por hombres la proporción quede finalmente en el doble de la ejecutada por sus homólogas femeninas.
Si con esto querían transmitir un mensaje de ánimo, un avance en esa agenda feminista del empowerment a la que tanto aluden, subrayada por esa inclusión en el festival anual Ellas Crean, finalmente se quedaron a medio camino entre el intento y su consecución. Un avance hubiera sido incluir percentualmente una mayoría de producción femenina sobre el tema de la mujer y no sólo una obra invitada en cada sala a un tribunal de conspicuos contemporáneos masculinos. Incluir, de una y por todas, de forma mayoritaria la mirada de la mujer sobre sí misma.
No obstante contiene bondades para el historiador del arte como el acceso a obras de pinacotecas muy distantes y obras menores de grandes nombres –Herminia y los pastores (1859) de Eugène Delacroix, del Nationalmuseum de Estocolmo o La lectora (1895) de Matisse del Pompidou son paradigmáticas- que rara vez tienen ocasión de abandonar los almacenes de sus instituciones.
También permite ver obras del prerrafaelismo y el esteticismo (la versión inglesa del simbolismo y el decadentismo francés) cuya exigencia técnica extrema es siempre de agrado contemplar. No menudean las ocasiones para ello en Madrid, aunque el mismo
Thyssen incluyó algunas en la muestra De Cranach a Monet que en el verano 2006 expuso la colección Pérez Simón de la que también hay algún ejemplar en esta exposición. También podemos recordar en la Fundación La Caixa en el otoño de 2004 'Prerrafaelitas: La visión de la naturaleza' y más recientemente El Museo del Prado en la primavera de 2009 sirviéndose de los fondos del Museo de Arte de Ponce en “La Bella Durmiente”.
La muestra de la Sala de las Alhajas pese al estado de “latencia” del poder femenino que pudieran denotar la mayor parte de títulos contiene la apuesta más decidida por dar visibilidad a la visión de la mujer de sí misma como detentadora de un poder de acción real. A este respecto es significativo el último piso que contiene los autorretratos de las Pintoras donde el uso de las figuras míticas de la antigüedad para su propia legitimación o la visión profesional que trasladan de su actividad y de la de sus contemporáneas. No es extraño que sea esta sección la que suscite una contemplación más dilatada por los grupos integrados mayoritariamente por mujeres que acuden con guía o sin ella a verla y que son, después de todo, el colectivo a quien se deseaba complacer e inspirar.
En Solas la obra de Sarah Jones (Londres, 1959) Camilla III dialoga con la obra de Edward Hopper, oponiendo a la imagen abstraída, de la mujer como parte de la habitación desolada de un hotel la de una mujer en la que toda la energía de la habitación está agrupada en su recogimiento en sí misma, igual que lo consigue la obra de Anni Leppälä (Helsinki, 1981) presente en Lectoras. Janine Antoni (Freeport, 1964) le da literalmente la vuelta en Cariátides a las columnas de la economía agraria decimonónica que representaron mejor que nadie las campesinas de Jules Breton, cuyas obras junto con las de Millet ya han provocado otras respuestas femeninas contemporáneas como Les glaneurs et le glaneuse (2000) de Agnès Varda. Pero ya en 1938 dispuso Maruja Mallo (1902-1995) en friso a sus pescadoras de Beluso de la serie La Religión del Trabajo con hieratismo egipcio y solidez física, con una dignidad despojada de excesos de sensualismo. La Bacante de 1872 de Mary Cassat (1844-1926) en la serie Ménades aparece como una extraña entre sus lujuriosas compañeras ideadas por pintores pero es el vídeo Ever is Over all (1997) de la suiza Pipilotti Rist (Grabs, 1962), vista ya en la monográfica dedicada por el MNCARS a ella en 2002, la pieza que mejor representa a las mujeres en el Thyssen. Mujeres que saben revertir los delicados símbolos tradicionalmente asociados a ellas como las flores en arietes agresivos y cuentan además con la complicidad de otras mujeres símbolo de autoridad.
Otra obra a destacar en el museo, dentro de Acorazadas, es la pieza de Tanya Marcuse de la serie “Undergarments and Armor”.
En el primer piso de la parte de la Fundación Caja Madrid es preciso detenerse en la interpretación de Medea que hace Evelyn de Morgan, muy alejada de la matricida irracional. Y en la sugerencia del gesto abocetado y tenso de La Dama de Shalott del muy representado Waterhouse. Pero es el monumento de Kiki Smith (Nuremberg, 1954) el que exige tributo. En Místicas destaca la obra de una de las artistas más representadas a todo lo largo de `Heroínas´, la veterana performer Marina Abramovic (Belgrado, 1946) con su obra más afortunada, La Cocina I (2009). Pretende ser homenaje a su abuela y a la reformadora en éxtasis por excelencia Santa Teresa y que tiene la curiosidad de haber elegido como emplazamiento para esa suspensión a medio camino entre crucifixión y homo universalis leonardiana la cocina del antiguo convento de monjas clarisas de la Universidad Laboral de Gijón que hoy aloja en el extremo opuesto LABoral Centro de Arte y Creación Industrial. Aunque es Julia Fullerton-Batten (Bremen, 1970) la que mejor consigue reflejar en Fern (2008) esos impulsos adolescentes ascensionales.
Pero como hemos avanzado es el segundo piso el que aloja el corazón de la muestra. En él despuntan las hermanas Anguissola (Lucía y Sofonisba) tan distintas en temperamento y toque de pincel, la vanidosa Barbara Longhi con ácida paleta manierista, las muy reivindicadas desde los gender studies Artemisia Gentilleschi y Frida Kahlo, una nutrida representación de Angelica Kauffman y el autorretrato de la compañera de la aventura abstracta de Kandinsky, la entrañable Gabriele Münter. Pero si hay tres artistas que pueden dar la medida de lo que debería ser una representación de poder femenino son Elisabeth-Louise Vigée Lebrun, cuyo talento retratista sobrepujó cualquier barrera diciochesca y tuvo la fortuna de contar con un digno compañero que apoyó su valía, representa la realización profesional gozosa; la feminista Marie Bashkirtseff de vida abreviada en exceso por la tuberculosis deja una mirada de desnuda intensidad que difícilmente podría captar un retratista masculino. Y finalmente una de las mayores alegrías de esta muestra es haber sacado del museo Marmottan-Monet de París el soberbio Autorretrato (1885) de Berthe Morisot en el que la cuñada de Edouard Manet aprovecha no sólo para vindicar a su persona más eficazmente que las imágenes burguesas obtenidas por él, con una figura sinsombrerista de tres cuartos con pañuelo desanudado, sino que realiza una defensa de su propia vía impresionista plenairista, de colores vitalistas a lo Renoir, de su forma de entender el arte.
Estamos, pues, ante un evento de planteamiento previsible pero de enjundia cuantitativa suficiente como para poder hilvanar en él recorridos que se correspondan más con el espíritu de la letra con la que se ha buscado publicitarla.
Para los más insaciables se recomienda completar con el ciclo de conferencias sabáticas del propio museo y el triángulo del Prado con los itinerarios por sus colecciones  “Las mujeres y el poder en el Museo del Prado” y “Feminismo: una mirada sobre las vanguardias” del MNCARS.

Por Amelia Meléndez

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